Entre los enfermos que viajan en el tren, hay una joven particularmente enferma -desahuciada antes de emprender el viaje- María Ferrand fue llevada a la piscina; dado su estado no se le introdujo; simplemente se roció can agua su cuerpo, y fue llevada a la capilla de las apariciones. El doctor Carrel se colocó cerca de la camilla de la joven. La mirada del Doctor Alexis se clavó intensa, incrédula, estremecida en el rostro de María Ferrand. Se había modificado - como si tuviera más vida- "Vd. No tiene nada que hacer entre nosotros." El Dr. Carrel publicó el caso en la revista científica "Constataciones Médicas" y concedió entrevistas a la prensa, lo cual causó gran escándalo en los medios racionalistas. Por aquel tiempo preparaba unas oposiciones a un puesto de cirujano. Un día uno de sus jefes y profesores se acercó y le dijo: "con esas ideas, Vd. haga lo que haga, no tiene nada que hacer entre nosotros".
Por las llanuras francesas circula un tren con un vagón abarrotado de enfermos; su destino, un santuario mariano: Lourdes. Les acompaña y cuida un joven médico, notorio ya por su saber y sus habilidades en el campo de la cirugía; es profesor de la universidad de Lyon. Había sido católico; el ambiente materialista y racionalista en que vive, dio por resultado, que perdiera la Fe. Viaja con los enfermos porque piensa que científicamente va a tener ocasión de demostrar las patrañas sobre Dios, el alma, los milagros...
-EI milagro es absurdo; no existe. Lo que hay aquí son autosugestiones.
-¿Y qué curaciones te harían admitir a ti la existencia de un milagro en Lourdes?, le dice otro médico.
-La curación brusca de una enfermedad orgánica. Si yo viera desaparecer ante mis ojos un tumor, un cáncer, una enfermedad congénita, creo que me volvería loco o me metería a monje. Pero, en verdad no tengo ningún temor de que esto ocurra.
_ Doctor, dijo la enfermera, es esa muchacha, se muere...
_ No podré llegar a Lourdes -dijo muy bajo la enferma-
EI doctor le puso una inyección de morfina, y la examinó: tenía el vientre monstruosamente hinchado. María Ferrand había estado tuberculosa desde los 15 años. Por estar demasiado grave, en el hospital se habían negado a operarla y la mandaron a su casa a morir. Al llegar a Lourdes, en el hospital del santuario, hubo este dialogo: _Vamos al hospital, dijo el Dr. Alexis Carrel a otro doctor; tengo una enferma particularmente grave. Creo que si la encontramos viva, ya es un pequeño milagro.
_ Es una peritonitis tuberculosa en su último grado y cavernas pulmonares. EI corazón está sin control... mira el color de su cuerpo y de sus dedos violáceos... es imposible que pueda vivir...
_ ¿Podemos llevarla a la piscina?, preguntó 1a enfermera.
_ Seria una imprudencia, seguramente no llegaría viva.
_ Se va intentar "el imposible prodigio de la resurrección de una muerta, dijo el Dr. Carrel al otro Dr. -antiguo colega de estudios-. Si María Ferrand se cura en Lourdes, yo creeré en los milagros..."
_ Estoy sufriendo alucinaciones -pensó- nunca me había pasado.
La muchedumbre cantaba y rezaba. María Ferrand tenía sus ojos puestos en la imagen de la Virgen con una mirada de inmenso amor; unos ojos que brillaban, que se iban llenando de vida. EI Dr. Carrel sacó la pluma estilográfica y apuntó en el puño de su camisa la hora en que estaba ocurriendo: las dos y cuarentaicinco minutos. Entonces palideció. Veía claramente bajar la cobertura que momentos antes levantaba el vientre hinchado de la muchacha; bajaba, y al fin quedó al nivel normal.
-Creo que me estoy volviendo loco -se dijo- esto es imposible.
Los cantos y rezos de los peregrinos resonaban en sus oídos como si fueran un inmenso clamor irreal; salió de allí. Al atardecer se dirigió a la sala del hospital donde estaba María Ferrand. Abrió la puerta de la habitación; la joven estaba sentada; sus ojos tenían el brillo de la juventud y las mejillas sonrosadas; de toda ella emanaba un indefinible sentimiento de paz que comunicaba a los demás.
_ Dr. estoy completamente curada; creo que podría caminar.
El Dr. Carrel no contestó. El vientre aparecía normal, con la piel blanca y lisa; la moribunda cadavérica y corazón sin control, se había transformado en unas horas en una muchacha normal.
El Dr. sintió aparecer en su frente gotas de sudor. Ha ocurrido lo que consideraba imposible, se dijo.
Un grupo de tres doctores se dispuso a examinar a la joven -uno de ellos incrédulo...
_ ¡Está completamente curada!- dijo emocionado uno de los doctores, _ Yo no le encuentro nada. -dijo el doctor incrédulo- La verdad es que podría levantarse ahora mismo.
_ Es un gran milagro. ¿Creerá ahora, doctor Carrel? Hoy he rezado mucho a la Virgen por Vd. -le dijo el tercero.
Alexis Carrel quedó silencioso. Sentía una inmensa confusión. _ ¿Qué harás ahora que te has curado?, dijo a la joven.
_ Ingresaré en las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl y dedicaré toda mi vida al cuidado de los enfermos.
El Dr. Carrel salió; cerca del santuario, se puso de rodillas, y dijo: ''Yo fui católico. Después seguí las filosofías racionalistas; sólo conseguí hacerme un desgraciado. Virgen Santísima ampárame. Tú has respondido a mis dudas con un milagro manifiesto. Ayúdame; mi orgullo intelectual todavía lucha, pero yo deseo creer en Ti". Una dulzura inmensa fue descendiendo sobre su alma. EL Dr. Carrel sintió que recobraba la Fe, que de nuevo poseía la certeza absoluta.
El Dr. Carrel, pensando que todo estaba cerrado para él, se trasladó a Canadá, con la intención de hacerse un granjero. Pasado el tiempo terminó siendo el investigador estrella del Instituto Rockefeller, donde los trabajos de Alexis Carrel adquirieron aureola de leyenda. En 1912 fue el Premio Nóbel más joven de Medicina. Alexis Carrel fue fiel toda su vida a aquella recuperación de la Fe. En su Diario y Meditaciones, dejó escrito: "¡Qué ceguera la de los intelectuales!'. "Que cada minuto de mi vida, esté consagrado a vuestro servicio, Señor". "La respuesta de la Fe es incomparablemente más satisfactoria que la ciencia".
La fidelidad (toda su vida) del Dr. Alexis Carrel al milagro que presenció, nos hace recordar que el católico consciente y ferviente, vive inmerso en el milagro -en el mayor Milagro: la Eucaristía. Sólo nos hace falta vivir consecuentemente y ser testigos militantemente ante el mundo del Milagro del que somos beneficiarios.
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